viernes, 6 de noviembre de 2015

El ballet para mí

¡Buenos días! Hoy he pensado publicar una entrada un poco diferente a lo que he hecho hasta ahora. Algo más personal. Voy a explicar un poco mi vida dentro del ballet, de dónde nace esta pasión.

"Dentro de 10 años..."
Para ello, hay que empezar desde el principio. En el año 1992, mis padres tuvieron una hija, a la que decidieron apuntar a natación y a ballet. "Natación porque es muy sano, y ballet porque es muy elegante", es la explicación de mi madre cuando le pregunto por las actividades a las que decidieron apuntarnos. En el 95, tuvieron otra hija, que siguió el mismo camino que la anterior, y en el 97, nací yo, que no fui diferente. Con solo cuatro añitos empecé a ir a clases de ballet. Allí conocí a mis profes, Elena y Selene, que, de hecho, me conocen desde que nací (mi hermana Clara ya asistía a la academia cuando yo llegué); "como si te hubiera parido yo" o "¡nosotras creíamos que tu madre se iba a poner de parto en pleno festival!" (el festival se hace a mediados de junio, y yo nací el día 17), son algunas de las frases que más veces les he oído decir.

Segundo festival: "Caballitos de mar", yo a la izquierda
En fin, la verdad es que de pequeña era un poco revoltosa en clase, jugaba mucho con mis compañeras y en muchas ocasiones sacaba de quicio a Elena (que fue quien me dio clase al entrar en la academia), con frases como "¡Pues a mi no me gusta hacer baile libre!". A medida que crecía, también lo hacía mi pasión por el ballet. Tuve la oportunidad de visitar muchos lugares de España (e incluso Italia), acompañando a mis hermanas en concursos en los que participaban. Sin embargo, yo no lo entendía. ¿Por qué mis hermanas iban a concursos y yo no? Así, con 11 años (creo), dije algo así como "¡¡Es que estoy harta de ir a los concursos solo para mirar!!!", exteriorizando por fin mi rabia interna. Sabía que no era ningún prodigio de la danza, pero participar en algún baile de grupo no podía ser para tanto... 

Yo no sé si es que a mis profes les di pena o qué sería, pero se conoce que decidieron darme una oportunidad. Y desde ese momento, también yo recorrí España, participando en diferentes concursos, todos ellos experiencias increíbles. Además de los concursos, están, por supuesto, los festivales. "El festival de fin de curso", también conocido como "EL EVENTO MÁS IMPORTANTE DEL AÑO QUE ES EN JUNIO, EMPIEZA A PREPARARSE EN ENERO, Y TIENE A LAS PROFESORAS DE LOS NERVIOS (y bastante irritables) DESDE MARZO". Sí, parece una buena forma de describir el festival. El festival es increíble, puede que haya participado en miles, pero todos ellos son especiales a su manera, es el momento en que te luces después de todo un año trabajando para ese momento.


Festival 2015

Sin embargo, no todo es maravilloso, no todo es de color de rosa (no, definitivamente el rosa NO es el color del ballet). El ballet duele. Sí, duele, literal: los estiramientos, las puntas (esos aparatos de tortura)... duelen. Y cansa. Hay quien piensa que bailar es salir a un escenario a hacer cuatro movimientos absurdos, pero no. Hay que tener mucha resistencia, mucho fondo, y ser capaz de bailar con una sonrisa aunque la contractura del gemelo te esté matando, o las puntas estén triturando todos y cada uno de tus dedos. Hay que dedicarle muchas horas para intentar que todo sea perfecto (ha habido años en los que he llegado a tener 6 horas de clase seguidas). Mucha gente tiende a infravalorar el trabajo y la preparación física que conlleva el ballet, que, probablemente, sea igual o mayor que la requerida por el fútbol. 

Sí, el ballet requiere mucho sacrificio y esfuerzo, pero si realmente te gusta, eres capaz de aguantarlo, de "sudar la gota gorda" por conseguir un poco mas de "en dehors", empeine o giro. Dicho esto, solo me queda dar las gracias a mis padres por haberme apuntado a ballet, a mis compañeras por regalarme momentos tan especiales, y a mis profesoras por hacer que, después de todos estos años, me siga gustando como el primer día. 


Ballet en la playa de Prellezo, Cantabria